Breve Comentario del texto:
Ciertamente, quizás necesitemos de grandes impactos en nuestras vidas, para darnos cuenta de determinadas cosas, tales como la vida misma, y a su vez, la vida que nos dicen debemos vivir.
Errores de enfoque, muchas veces totalmente inconscientes. El milagro de la vida, y nuestro paso por ella. Tal vez también a veces, intentamos abrir las puertas equivocadas, cuando realmente nos sorprendemos al ver "que no hay puertas"
En ocasiones, cuando esto se entiende, se es demasiado mayor, (en el sentido en el que uno es consciente del tiempo que ha perdido hasta este punto ) y no siempre es fácil ser uno mismo con el todo, pero éste maravilloso texto invita a ello
El maravilloso arte de una gata. Cuento zen
En la casa de un maestro de esgrima llamado Shoken se había
instalado una gran rata que estaba causando estragos. Corría de acá para allá
aun a plena luz. Un día, el maestro la encerró en su habitación y ordenó a su
gata que la cazara, pero la rata le saltó a la cara y la mordió de tal manera
que la gata huyó maullando. El maestro decidió traer algunas gatas con fama de
buenas cazadoras en el vecindario y las introdujo en su habitación. Pero la
rata, acurrucada en un rincón, saltaba encima de cada gata que se acercaba, la
mordía y la hacía huir. Era tan feroz que las gatas renunciaban a volver a acercarse.
El maestro se enfureció y comenzó a perseguir a la rata con su espada. La
corrió rompiendo puertas, shojis y tatamis mientras la rata se desplazaba como
un rayo escapando a todos sus avances, hasta que, finalmente, le saltó a la
cara y lo mordió.
Bañado en sudor, el maestro ordenó a su sirviente:
He oído decir que a seis o siete aldeas de aquí vive una gata que
es la mejor cazadora del mundo; tráela.
El sirviente así lo hizo. Era una gata vieja, que aparentemente no
se distinguía de las demás. No parecía especialmente inteligente ni peligrosa.
El maestro no creyó que fuera capaz de nada especial pero entreabrió la puerta
y la dejo entrar en la habitación. La gata avanzó, tranquila y lentamente, como
si no esperara nada extraordinario. La rata se estremeció y quedó inmóvil. La
gata se le acercó despacio y simplemente la tomó entre sus dientes y la sacó de
la casa.
Esa noche se reunieron en la casa de Shoken las gatas derrotadas y
respetuosamente invitaron a la vieja gata a ocupar el sitio de honor. Se
inclinaron ante ella y dijeron con modestia:
Todas nosotras tenemos fama de hábiles cazadoras, somos diestras
en esta ocupación y hemos afilado nuestras garras para poder vencer a cualquier
rata. Pero nunca imaginamos que existiera una rata tan fuerte. ¿Cómo fue que la
venciste tan fácilmente?. Cuéntanos tu secreto.
La vieja gata sonrió y dijo:
-Ustedes, gatas jóvenes, serán muy diestras pero no conocen el
verdadero camino; por eso fracasan cuando algo inesperado les ocurre. Pero
primero, cuéntenme cuál ha sido su entrenamiento.
Una gata negra se adelantó y dijo:
-provengo de una raza especialmente famosa en la cacería de ratas.
Puedo saltar paredes de dos metros de altura, puedo pasar por un agujero
pequeño, por el que sólo pasaría una rata. Desde niña he practicado todas las
artes acrobáticas. Al despertar, todavía medio dormida, si veo pasar una rata
por la viga, me levanto de un golpe y la prendo. Pero esta rata era más fuerte
y he sufrido la derrota más terrible de mi vida. Estoy avergonzada.
Y dijo la vieja gata:
-tú sólo has entrenado en técnica, un arte puramente físico.
Cuando los antiguos maestros enseñaban la “técnica”, era para ellos una de las
formas del Camino. Su técnica era sencilla pero contenía la más alta sabiduría.
El mundo actual sólo se preocupa por la técnica. Por cierto que se inventaron
muchas cosas sobre la base del lema: “practicando esto o aquello, se obtiene
esto o aquello”. Pero, ¿qué se obtiene?. Sólo destreza. Dejando de lado el
Camino, la competencia se desarrolla mediante el intelecto, y nadie avanza más
de ahí. Así ocurre siempre que se piensa exclusivamente en técnica, cuando sólo
se usa el intelecto. Es cierto que el intelecto es una función de la mente,
pero si sólo produce destreza se transforma en semilla de falsía y el resultado
es peligroso. Entonces vuelve a empezar y, de ahora en más, sigue el camino
correcto.
Luego, se aproximo una gran gata de piel atigrada y dijo:
-En el arte del guerrero es sólo la mente la que cuenta. Por eso,
desde el principio, busqué desarrollar este poder. Ahora, mi espíritu es fuerte
como el acero y libre, pleno de energía que llena cielo y tierra. Tan pronto
como percibo al enemigo, lo fascino con esta mente poderosa y la victoria es
mía. Sólo entonces me aproximo, sin pensar, tal como la situación lo pide.
Ejerzo sobre la rata el hechizo de mi poder, anticipo cada uno de sus
movimientos. En cuanto a la técnica per se, no podría preocuparme menos. Todo
se produce por sí mismo. Una rata corre misteriosa por la viga: sólo necesito
mirarla fijamente y es mía. Pero hoy, esta rata misteriosa apareció sin forma y
desapareció sin dejar huella. ¿Qué es? No lo sé.
La vieja gata contestó:
-Lo que has estado persiguiendo no es más que una fuerza psíquica
y no surge del bien que merece llamarse bien. Que seas tan consciente del poder
que usas para ganar es suficiente para que se vuelva en contra de tu victoria.
Tu ego entra en juego. Pero ¿qué sucede cuando el ego del otro es más fuerte
que el tuyo? Si buscas superar al enemigo con tus poderes superiores, él se opondrá
a ti con los suyos.
¿Acaso imaginas que la única fuerte eres tú, que todos los demás
son débiles? Supongamos que existe algo que no puedes vencer con la fuerza de
la voluntad más potente, con tu propia fuerza, aunque fuera superior. ¿Qué
harías entonces? Ésa es una buena pregunta.
La fuerza espiritual que sientes en ti, como el acero, libre y que
llena cielo y tierra, no es la Fuerza suprema sino su reflejo. Tu mente no es
más que una sombra de la gran Mente. Parece ser el Poder supremo pero, en realidad,
es completamente diferente. La verdadera Mente es poderosa porque está
constantemente iluminada por una visión clara. Pero tu mente sólo roza ese
poder bajo ciertas condiciones. Tu fuerza y la gran Fuerza tienen origen
distinto y, por lo tanto, tienen efectos diferentes. Es la diferencia que
existe entre la corriente eterna del río Yang Tse y una crecida repentina.
Pero, ¿cuál es la actitud necesaria para confrontarse con algo que ninguna
fuerza espiritual puede vencer? Un proverbio dice: “Una rata, al verse
atrapada, muerde hasta a la gata”. Un enemigo que enfrenta la muerte no depende
de nada, olvida su vida misma, olvida sus necesidades, se olvida de sí mismo;
es libre. Su voluntad es como el acero. ¿Cómo podrías vencerlo con una energía
espiritual pretendidamente propia?.
Entonces se acercó una gata gris aún más vieja, inclino su cabeza
y dijo:
-Sí, es verdad. Es tal como lo dices. No importa cuán grande sea
la energía psíquica, siempre adopta una forma. Por ello, durante mucho tiempo
busqué desarrollar el poder del corazón. No soy Yo quien ejercita este poder
para derrotar espiritualmente a los demás (el “ego” de los otros gatos. Como la
primera gata, he dejado de pelear, me reconcilio con el adversario, me hago uno
con él y no me opongo a él en modo alguno. Cuando es más fuerte que yo, cedo,
me someto, por así decirlo, a su voluntad. Si una rata desea atacarme, por más
fuerte que sea, no halla sitio que atacar. Pero la rata de hoy no se guiaba por
las reglas. Apareció y desapareció, inapresable como un fantasma. Nunca había
visto algo igual.
La vieja gata respondió:
-Lo que llamas reconciliación no procede del Ser, de la Gran
Naturaleza. Es una conciliación artificial, caprichosa: un truco. Buscas
conscientemente evitar la agresividad del enemigo pero, si piensas en él, por
más furtivo que tu pensamiento sea, él percibe tu intención. Y entonces, aunque
te muestres conciliatoria, tu mente está lista para el ataque, está preocupada;
tu percepción y tus acciones se hallan profundamente perturbadas. Todo lo que
emprendes con una intención consciente obstaculiza la vibración original de la
Gran Naturaleza, impide el fluir de su fuente secreta y perturba el curso de su
movimiento espontáneo. La única manera de adquirir una forma inapresable es no
pensar en nada, no desear nada, no hacer nada, abandonarse, en los movimientos,
a las vibraciones del Ser. Nada surge entonces como forma oponente, por lo
tanto no existe adversario que pueda resistir.
No significa que todo los que han tratado de ejercitar carezca de
valor. Cada cosa que han dicho podría ser una manera de seguir el Camino.
Técnica y Corazón pueden ser idénticos. Y cuando esto sucede, la Gran
Naturaleza, el “principio activo”, se integra a la técnica y manifiesta en la
acción del cuerpo. La fuerza del gran Ch’i se pone al servicio de uno. El que
posee un Ch’i libre sabe cómo encarar cada cosa de manera correcta, con
infinita libertad. En la batalla, su mente, en estado de reconciliación, sin
usar fuerza, no cede ante oro ni piedra. Sólo una cosa cuenta: que no entre en
juego ni un vestigio de autoconciencia. De lo contrario, todo está perdido. Si
se piensa en la meta, aunque fugazmente, todo se torna artificial. Ya no surge
del Ser, de la vibración original del Bloque no tallado, y el enemigo deja de
estar a tu merced y te resiste.
Entonces, ¿qué procedimiento, qué arte, debemos usar? Sólo cuando
eres libre de todo vestigio de autoconciencia (un estado sin mente), sólo
cuando “actúas sin actuar”, sin intención, sin artificio, en armonía con la
Gran Naturaleza, sólo entonces estás en el Verdadero Camino. Abandona todas tus
intenciones, ejercita la no-intencionalidad y deja que el Ser sea. Este Camino
no tiene fin y es inextinguible.
Y la vieja gata agregó algo aun más sorprendente:
-No crean que lo que acabo de decir es la verdad última. No hace
mucho tiempo, conocí a un gato que vivía en una aldea vecina. Día tras día no
hacía otra cosa más que dormir. Nada en él daba indicios de algo parecido a una
fuerza espiritual. Allí estaba, recostado como un trozo de madera. Nunca nadie
lo había visto cazando una rata. Pero donde él vivía, y en los alrededores, no
había ninguna rata.
Donde él iba, las ratas desaparecían. Un día lo visite y le pedí
que me explicara el misterio. No me contestó. Tres veces repetí la pregunta.
Permaneció en silencio.
No era que deseaba responder sino más bien que no sabía que decir.
Entonces comprendí que el que sabe algo no lo sabe. Ese gato se había olvidado
de sí mismo y, por lo tanto, había olvidado todo lo que lo rodeaba. Se había
transformado en “nada”, llegando al grado más elevado de no-intencionalidad.
Podemos decir que había hallado el Camino divino del guerrero: prevalecer sin
matar. Este gato en mucho me aventaja.
Shoken, que escuchaba todo esto como en sueños, se acercó y
saludando a la vieja gata, dijo:
-Desde hace mucho tiempo practico el arte de la espada pero no he
alcanzado la maestría. Escuchando tus comentarios creo haber comprendido la
dirección que debo seguir. Pero verdaderamente deseo que me digas algo más
acerca de tus conocimientos.
La gata preguntó:
-¿Cómo podría serte de utilidad? No soy más que un animal y me
alimento de ratas. ¿Qué sé yo de cuestiones humanas? Lo único que sé es que el
significado del arte de la espada no reside en vencer al adversario. Y que en
este Camino es posible llegar a ver las cosas desde la luz que está más allá de
la ilusión de vida y muerte.
Un verdadero guerrero, a través de sus ejercicios, debe dedicarse
al entrenamiento espiritual en busca de esta visión clara. Para ello, debe ante
todo explorar las doctrinas básicas de Ser, de la vida, de la muerte y del
principio de la muerte. Pero sólo aquel que se ha liberado de todo lo que lo
aparte del Camino, especialmente de los pensamientos que lo atan y limitan,
puede alcanzar la gran claridad. Libre de perturbaciones, confiando en sí
mismo, liberado de su ego y de todo lo demás, el Ser y sus movimientos se
manifestarán a través suyo en completa libertad tal como es necesario. Pero si
existe apego en su corazón, por más tenue que sea, el Ser se ve obstaculizado y
atascado. Y cuando hay un “atascado en sí mismo”, siempre aparece otro
“atascado en sí mismo” que se opone al primero. Entonces, dos fuerzas se oponen
y luchan por existir y las mejores funciones del Ser, capaces de producir cualquier
cambio, quedan inhibidas. Luego, si aparece la muerte, la claridad propia del
Ser está perdida. En ese estado, ¿cómo puede uno confrontar al enemigo de
manera correcta y contemplar con calma la victoria o la derrota?.
Aun cuando uno salga victorioso, sólo será una victoria ciega que
no tiene nada que ver con el verdadero sentido del arte de la espada. El Ser en
sí está más allá de las formas. Y no acumula propiedades. Por eso, si uno se
aferra al más mínimo objeto, la gran Fuerza queda allí atrapada y el equilibrio
original está perdido.
Cuando el Ser se apega a algo, ya no es libre de moverse y de
fluir en su abundancia plena. Si se altera el equilibrio del Ser, su fuerza
desborda por donde puede.
Libertad significa que si uno no acumula nada, si se apoya en la
nada, si no se atasca con nada, no hay fuerza ni fuerza-que-se-oponga, no hay
yo ni yo-que-se-oponga. Entonces, si sucede algo, el encuentro es como si fuera
inconsciente y no deja huellas. En el I’Ching se dice: “Sin pensar, sin actuar,
sin movimiento, en silencio total; sólo así es posible la presencia interior,
totalmente inconsciente, del Ser y de la Ley de las cosas y, finalmente,
hacerse uno con el cielo y tierra”.
El que practica el arte de la espada de este modo, y vive de
acuerdo con ello, está cerca de la Verdad del Camino.
Al oír esto, Shoken preguntó:
-¿Qué quiere decir que no hay yo ni yo-que-se-oponga, ni sujeto ni
objeto?
La vieja gata respondió:
-Cuando existe un yo, existe un enemigo. Si no nos manifestamos
como Yo, ya no habrá un adversario. Lo que llamamos “adversario” no es más que
otro nombre para “oposición”. Mientras haya una forma, siempre habrá la forma opuesta.
Cada vez que algo se fija, aparece una forma característica. Si no concibo mi
Ser en términos de una forma en particular, ya no existe la forma que se opone.
Cuando no hay oposición, no existe nada que esté en contra. Es decir que si no
hay un yo ni un yo-que-se-opone, si uno se abandona completamente y se libera
de todas las cosas, uno está en armonía con el universo, se unifica con todas
las cosas, en la gran Soledad. Aun cuando desaparece la forma del enemigo, uno
no lo nota. No es que no lo perciba, sino que no se detiene en ello; la mente
se mueve constantemente libre desde la profundidad del Ser.
Si la mente está libre de toda atadura, el mundo, tal como es, nos
pertenece por completo y es un mundo único que nos incluye. Se lo percibe más
allá de bien y mal, simpatía o antipatía. Ya nada ni nadie puede molestarnos,
porque no hay apego. Todo par de opuestos, ganancia y perdida, bien y mal,
alegría y sufrimiento, se origina en nosotros mismos.
Por esta razón, en toda la extensión de cielo y tierra no hay nada
más valioso que nuestro propio Ser. Un poeta antiguo dijo: “Si ya no te aferras
a nada, la cuna más estrecha es espacio suficiente; pero si en tus ojos hay una
partícula de polvo, el universo entero te resultará estrecho”.
Porque si en tu ojo hay una partícula de polvo, no puedes abrirlo
y, por lo tanto, no tienes clara visión, esa visión que sólo es posible cuando
el ojo está vacío. Esto puede servir como analogía para el Ser, que es
luminoso, libre en sí de toda forma.
Otro poeta dijo”: Rodeado de enemigos, aunque soy
extraordinariamente fuerte, sería aplastado si solo fuera forma. Pero el Ser
mora en mí y ningún enemigo puede comprender su profundidad”.
Confucio dijo: “el Ser, aun el de un hombre simple, no puede ser
arrebatado.
Pero si la mente se perturba, el Ser se vuelve en contra de
nosotros. Es todo lo que puedo decirles. Recójanse y busquen dentro de sí”.
Un maestro sólo puede informar a su discípulo y ofrecerle una
explicación. Pero el único que puede reconocer la verdad e integrarla es uno
mismo. Esto es lo que se llama integración del Ser. La transmisión se hace de
corazón a corazón. Está más allá de toda doctrina y erudición. Esto no
significa contradecir al maestro.
Simplemente quiere decir que aun un maestro puede ser incapaz de
transmitir la verdad. La verdad no es exclusividad del zen.
En toda enseñanza y en todo arte, la integración del Ser siempre
ha sido el hilo central, y esto sólo se puede transmitir de corazón a corazón.
La “enseñanza” se limita a indicar, nos orienta hacia eso que ya está dentro de
nosotros sin que lo sepamos. No hay secretos que el maestro pueda “transmitir”
al discípulo. Es fácil enseñar y es fácil escuchar. Lo difícil es hacerse
consciente de eso que hay en uno, encontrarlo y tomar verdadera posesión de ello.
Esto se llama “Observar la propia naturaleza, observar la gran naturaleza”.
Cuando esto se produce, experimentamos el Satori, el gran
Despertar del sueño y de todas las ilusiones. Despertar, ver dentro del propio
Ser, percibir la Verdad de Uno Mismo: distintos nombres para la misma cosa.
Maestro zen Ito Tenzaa Chuya.
El texto proviene de una escuela de esgrima japonesa de principios
del siglo XVII.
Fuente: Silenciosa-mente