En este caso, "EL NORMÓPATA" trata de un artículo que nos abre un abierto debate sobre la propia conducta humana y esta misma en el entorno social y político. La reflexión que se nos propone es, en definitiva "¿Qué/ quién es ( lo ) correcto?" En el contexto del artículo que sigue, se cuestiona precisamente eso, nuestra conducta respecto a la sociedad, y los "valores" y/o funciones que debemos realizar.
Esto, nos abre océanos de tinta por donde pasar horas escribiendo, desde la esencia del propio hombre, su cultura y culturas, y el papel individual frente a la masa, el campo de las ideas, la manipulación, la propia libertad, por no hablar de la analogía con Nietzsche y su idea vitalista y valiente de la transvaloración.
Filosóficamente se nos plantea un argumento, un texto que invita a la reflexión, algo tan necesario y delicioso, ( y tan desafortunadamente en el olvido ) que ojalá pudiera tratarse en tertulia estos temas más a menudo para quizás ( en mi opinión ) la salud de todos ( y el crecimiento ) ( de ahí, nuevamente, el agradecimiento a Jorge por su CAJA LACADA )
Pero como no es mi deseo extenderme demasiado en este tema, sí me gustaría establecer un paralelismo con el arte del AIKIDO por el concepto de liberación que supone. En un mundo de normas, que no siempre responden al bien común,( porque persiguen intereses económicos y políticos muy concretos ) ni al crecimiento individual, ( porque se redunda en una productividad que produce "días grises" ) el AIKIDO se nos aparece como un OASIS en medio de la necesidad, y llega para colmar toda tu sed. Dentro del mismo arte del AIKIDO, no hay ganadores ni perdedores, se plantea un camino sin fin, muy ligado a la experiencia de la propia vida. Practicar AIKIDO, y hacerlo parte de uno, es a su vez, una manera de convivir, de sentir, de respetar, muy distante a la "socialmente" o incluso "corporacionalista" o "multinacionalista" manera aceptada y/o impuesta. Es por ello que a medida que uno avanza en su aprendizaje, cada vez más cree entender el mensaje de O´Sensei, ( una libertad y unidad vitalista que crea, y que respeta ) mucho más allá que una serie de técnicas de combate.
Sin más, aquí llega la caja lacada!
LA CAJA LACADA XV " El normópata"
Salud mental en tiempos
difíciles
Por Joseba Achotegui
(en: diario Público)
Psiquiatra. Psicoterapeuta. Secretario General de la
Sección de Psiquiatría Transcultural de la Asociación Mundial de Psiquiatría y
profesor Titular de la Universidad de Barcelona. Trabajo en el área de la salud
mental e intento hacer una psiquiatría crítica. Pienso, en la línea de Michael
Foucault, que la psicología y la psiquiatría tienen tanto o más de ideología
que de ciencia, por lo que muchos de los planteamientos que se nos presentan
como científicos e irrefutables deberían ser cuestionados en el marco del
debate social.
Me ubico en lo que se denomina la “Postpsiquiatría” que
considera que la psiquiatría no es una ciencia exacta, y que los trabajadores
de la salud mental hemos de construir nuestros conocimientos junto a los
pacientes, las familias, los grupos sociales. En mi caso he trabajado
especialmente desde hace más de 30 años el área de la salud mental de los inmigrantes,
un colectivo que cada vez vive más soledad, adversidades y peligros en el marco
de una globalización profundamente deshumanizada.
Bien, con este propósito nace este blog, como una
invitación amistosa a la reflexión crítica acerca de la salud mental en el
mundo de hoy.
La adaptación a las normas socialmente establecidas es el
criterio fundamental por el que la psiquiatría actual define qué es la salud
mental. Esta es la filosofía en la que se basa la clasificación norteamericana
de los trastornos mentales, el famoso DSM (del que justamente acaba de salir ahora
la quinta edición) que se pretende convertir, tal como se ha dicho con
frecuencia, en la biblia de la psiquiatría y la psicología clínica. Al definir
de este modo la salud mental, se entroniza la figura del normópata, la persona
perfectamente adaptada a su sociedad, como ideal, como modelo a seguir.
Sin embargo, si se plantea este criterio de que la salud
mental se basa en el cumplimiento de las normas sociales, surgen inmediatamente
toda una serie de preguntas. ¿Cuáles son esas normas? ¿Cómo podemos conocer
cuáles son las apropiadas? ¿Quien tiene la potestad de dictarlas? La respuesta
es que en el DSM, la delimitación de esas normas se realiza a través del
consenso, del acuerdo entre los profesionales que hacen la clasificación. Dicho
esto, se nos plantean de entrada al menos dos cuestiones inquietantes:
-¿Cómo se escoge de modo apropiado a los profesionales que
dictaminan las normas a seguir, en un área como la de la salud mental, inmersa
en un gran debate, con multitud de enfoques? La respuesta es que los
profesionales que redactan el DSM están lejos de ser una representación del
saber de los psiquiatras y psicólogos clínicos. Más bien son profesionales
escogidos de modo sesgado, entre los que además no son infrecuentes, por
ejemplo, los conflictos de intereses con la industria farmacéutica, las
multinacionales de la sanidad, las aseguradoras, etc.
-¿Qué validez puede tener una clasificación psiquiátrica
que se fundamenta en el consenso entre profesionales pero que no se basa en
sólidos principios conceptuales y teóricos? Obviamente una validez limitada.
Pero lo más inquietante es que se considera que tener en cuenta lo conceptual
es algo que por lo visto, hoy en día, resulta demasiado complicado, poco
práctico, anticuado, por no decir una soberana pérdida de tiempo. Así, el DSM
hace gala de ser ateórico.
Se ha de señalar, de todos modos, que en el área de la
salud mental existe un serio problema de fondo para hacer clasificaciones, sean
del tipo que sean. La realidad es que no poseemos definiciones válidas de lo
que son la salud mental o el trastorno mental, porque en ellas inciden
numerosos aspectos sociales, culturales, biológicos… muy difíciles de
delimitar. Pero ante este hándicap, en vez de asumirlo e intentar resolverlo, o
por lo menos plantearlo, se rehúye el análisis y se considera que sano es el
que cumple las normas sociales, el normópata, y asunto arreglado.
Ni que decir tiene que un individuo así, el normópata, el
ciudadano que traga con buena cara lo que le echen, que no da problemas, hace
las delicias de cualquier sistema de poder, ya que nunca lo cuestionará. Pero
además, este modelo de conducta se presenta ahora supuestamente avalado por la
ciencia y por lo tanto como irrefutable. Todo el mundo debe callar.
Sin embargo, este planeamiento de considerar que la persona
sana es la que funciona “con normalidad” en la sociedad, contraviene una ley
básica de la evolución: la diversidad, una estrategia que ha sido escogida por
la selección natural porque constituye una garantía de supervivencia del grupo
ante los continuos cambios que van teniendo lugar en la naturaleza y en la
sociedad. Si todo el mundo funcionara igual, si todos fuéramos normópatas, nos
extinguiríamos al tener un repertorio de conductas muy limitado. Así pues la
evolución selecciona la psicodiversidad, lega, de generación en generación, un
enorme número de posibilidades de conducta.
En la psiquiatría standard, si el sujeto cumple las normas,
está sano, si no las cumple, está enfermo, y todos tan contentos. Así si un
niño es movido, da guerra, lógicamente se le considera problemático y por lo
tanto enfermo. (Recuerdo el caso de un niño que nos llegó al SAPPIR por el
motivo de “se porta mal en clase”). O si un señor está triste y no cumple la
norma social de producir y consumir se le considera enfermo. No se puede negar
que el procedimiento es sencillo y fácil de aplicar, que simplifica muchísimo
las cosas. La vieja psiquiatría europea, llena de disquisiciones y matices, de
debates conceptuales, se ve hoy como algo pesadísimo, estéril, una etapa
felizmente ya superada.
Obviamente esta definición de la salud como cumplimiento de
las normas deja fuera a muchísima gente, dado que existe una gran
psicodiversidad, y tal como se va viendo, cuanto más se profundiza y desarrolla
este criterio de la normopatía para definir la salud mental, cada vez hay más
enfermos, cada vez hay más patologías. Lo cual, obviamente, no es difícil
deducir que hay a quien le va que ni pintado.